Siento que he dejado de escribir una eternidad. Esta necesidad de poder
expresarme por medio de la escritura, en realidad me está matando. Siento que
me ahogo, que no he podido dejar que fluyan mis pensamientos, mis sentimientos
y todo lo que hay en mi corazón. Son muchas cosas que han pasado en el trayecto
de tres meses. Tres meses que han sido decisivos en algunas áreas de mi vida,
tres meses en los cuales tuve que hacer la decisión más difícil de mi vida y he
aquí mi historia:
A mis 31 años, me doy cuenta que ser mujer me pone en desventaja,
porque, no quiero decir que ser mujer es difícil porque en realidad no lo es,
pero si estoy en mucha desventaja. Toda mi vida desde que recuerdo, he sentido
la necesidad de ser aceptada y amada, la cual fue algo que quizás tuve, pero
mis ojos que habían sido tapados por mentiras que yo misma había creado de mi
misma, no me hicieron ver lo que en realidad valía. A mis 15 años, yo estaba
madurando, mi cuerpo se fue amoldando y estaba delgada. Empezaba a crecer, y
todo se acomodaba en su lugar. Con el paso del tiempo, deje de escuchar a Dios,
deje de escuchar sus palabras de afirmación que me decían que yo era bella
porque él me había hecho bella y empecé a escuchar otras voces. Fue entonces
que perdí toda mi identidad, perdí la poca autoestima que tenia de mi misma. Empecé
a sentirme menos que mis amigas, todos los días era una lucha constante con el
espejo. Mi propia frustración de no sentirme aceptada hizo que empezara a comer
más de lo normal. Solo recuerdo que el comer me traía algún tipo de satisfacción
interior pero que solo era temporal. Así fui creciendo, siendo la regordeta del
grupo, desde mis 15 años hasta mis 31 años, fui la regordeta. Me negaba aceptar
que tenía un problema, me negaba a entregarle a Dios esa área específica de mi
vida. Nunca deje de arreglarme para salir, siempre quería suplir el hecho de
que estaba gorda con comprarme ropa y zapatos caros, joyería y maquillaje que según
yo taparían el hecho de que estaba subida de peso. Se volvió incontrolable, mis
hábitos alimenticios se convirtieron en una pesadilla. Me la pasaba con dolores
de cabeza, dolores de gastritis porque me malpasaba, pensando que quizás así bajaría
de peso. Pero no fue así, cada día era peor, cada semana se hizo más fácil aceptar
mi condición, aceptar el hecho que así estaba y así me iba a quedar. Al comenzar
este año, después de 16 años, tuve que aceptar mi problema. Durante estos años,
mi relación con Dios fue creciendo y cada día se hizo evidente que tenía que
arreglar mi situación. Él fue acomodando todas las áreas de mi vida en su
lugar. Emocionalmente, espiritualmente y económicamente estaba yo bien, pero físicamente
no lo estaba y mi cuerpo lo denotaba. Aprendí a amarme, a verme como el me
miraba, bella, pero había un pequeño problema, físicamente, me negaba a
entregarle a Dios esta área. Sentía que era la única área en donde podía “rebelarme”
por así decirlo. Y él me dijo: “Yo te
acepto tal y como eres, te amo, tal y como eres. Eres una mujer bella e
inteligente pero debes rendirte a mí en CUERPO, alma y espíritu.” Fue
entonces que decidí hacer algo. No podía quedarme así, debía rendirme a Él,
incluso en esta área. El 09 de Marzo del 2014, empecé un tratamiento con un
doctor, decidí bajar de peso. Fue muy duro para mi ver mi peso en la báscula y
entonces comprendí, ¿cómo fue que me deje tanto? ¿En qué momento me deje cegar
por mi baja autoestima? Y hoy, después de 1 mes de tratamiento, digo con mucha humildad
y agradecimiento que he logrado bajar 10 kilos. Aun me faltan mucho más kilos
por bajar, pero sé que esto no solo es una batalla física, sino también mental
y emocional. Me acepto como soy, y me veo como El me ve y quiero llegar a estar
físicamente como El me ve, como siempre fue su destino que yo me viera.
Pienso en que muchas mujeres están pasando por esto, o han pasado por
eso, pero si algo puedo decirles es que, si logramos aceptarnos tal y como
somos y nos vemos como Dios quiere que nos veamos, lo difícil entonces no será una
“dieta” o “ejercicio”, lo difícil será mantenernos viéndonos como esa mujer que
Él ha diseñado desde un principio. Somos hermosas porque Él nos ha hecho a su
imagen. No dejemos que la sociedad, el espejo, las revistas, el internet o la televisión,
defina quienes somos. Dios nos define y de acuerdo a Él, nosotras somos como
las “niñas de sus ojos”, somos perfectas y hermosas.
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